e nuevo ahí estaba. Y esta vez traía una sorpresa consigo. A primera vista no podía creerlo, pero él pareció reconocerme, como siempre, y voló desde la rama en la que estaba posado hasta una de las lápidas cercanas. Ahí estaba de nuevo, ese brillo que percibí al entrar al cementerio.
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Era el mismo cuervo de siempre. Desde que murió mi abuelo vengo a visitarle más a menudo de lo que nunca hubiera pensado. Como me ocurría en vida, el estar cerca de él siempre me ha calmado, me permite pensar con más claridad. Ademas siempre ha tenido ese... aura de sabiduría y cariño. Siempre fue mi persona favorita, como decía cuando era pequeño.
Incluso ahora que se ha ido sigo notando su aura, su sabiduría y cariño, aun cuidando de mí, como si me observara. Incluso, aunque me de un poco de vergüenza admitirlo, hablo con él como si todavía estuviera a mi lado, aunque no pueda contestarme, pero siempre me escuchó y apoyó. Siempre pude contar con él, y siempre encontraba tiempo para mí, para escucharme. Incluso en los peores días, una simple sonrisa suya y un apretón de su gran y arrugada mano en mi hombro podía levantarme el ánimo. Pero lo más curioso desde que vengo a visitarle ha sido el asunto del cuervo.
Supongo que sabes lo que puede llegar a ser el perder la noción del tiempo cuando estas en buena compañía. Siempre me paso con mi querido abuelo, y me sigue pasando, lo reconozco. La primera vez que me pasó desde que le enterramos estaba muy entrado el otoño, y en cuanto las sombras se alargaron y las farolas de la calle cercana se encendieron, comenzó a soplar el viento y de manera casi automática me puse mi chaqueta y continué hablando de todo y nada con mi abuelo. Al cabo de apenas un par de minutos, un graznido suave me hizo levantar la cabeza para observar como un cuervo iba directo hacia la lápida de mi abuelo y se posaba.
- Por favor, no molestes -le pedí, amablemente, como si fuera capaz de entenderme- No tengo nada para ti.
Como dándose por aludido, el cuervo ladeó la cabeza y volvió a graznar, esta vez batiendo las alas suavemente. No se porqué pero tomé aquel gesto como insistencia.
- Mira -le dije, de nuevo, alargando mi mano hacia él, con la palma extendida. El movimiento no pareció asustarle- no tengo nada.
El cuervo miró mi mano primero desde un lado, luego desde el otro, se inclinó sobre ella y picoteó suavemente la palma antes de volver a mirarme. ¿Me estaba pidiendo comida?
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