lunes, 8 de diciembre de 2014

El cuervo IV (Y fin).

n esta ocasión parecía más tímido que de costumbre. Desde donde me encontraba, veía como saltaba de una lápida a otra, nervioso. Quizá se debiera a eso que veía destellar en su pata, como si algún ornitólogo le hubiera anillado recientemente.

Aunque ahora que lo pienso, no he visto a ningún otro cuervo de la zona anillado. Quizá hayan comenzado hace poco, pensé, distraídamente.

A pesar de que, claramente, me había visto, para cuando llegué a la tumba de mi abuelo, J seguía a cierta distancia, renuente a venir. Parecía como si estar anillado le diera vergüenza. Como un humano con un trasquilón, pensé, riéndome por dentro. Le saludé desde la distancia, instándole por gestos a que se acercase. Me miró, sorprendido, como si acabara de percatarse de mi presencia y graznó, interrogante. Le volví a hacer aspavientos para que se acercara, sonriéndole.

Con un último graznido, saltó de la lápida en la que se encontraba y aleteó hasta donde yo estaba. Sentándose nada más llegar, sin dejarme ver nada más que el reflejo plateado de su pata. Parecía, efectivamente, que se avergonzara de que le hubieran anillado. Cogí mi sempiterna bolsita de pipas peladas y le lancé una que fue cazada al vuelo, tras lo cual se me quedó mirando, esperando más. Sonreí, le acaricie las suaves plumas de la cabeza y el cuello, lo que provocó que cerrara momentaneamente los ojos, deje un pequeño montoncito de pipas a su vera y me senté apoyado contra la lápida como siempre, intentando así que J no se sintiese incómodo si le miraba mucho, aunque he de reconocer que tenía bastante curiosidad por la anilla de su pata.

- ... desde que le conozco... ¿qué... ? -me sobresalté a mitad de discurso cuando J saltó a mi cabeza al cabo de un buen rato. No pude evitar sonreír, en ocasiones parecía que mis greñas se habían convertido en su nido.

Parece que mi táctica de que se sintiera más cómodo, siguiendo con el plan habitual, funcionó y al parecer dejó de pensar en el bochorno de la anilla. Levanté una mano, ofreciéndole un par más de pipas, que cogió con cuidado, y aproveché para acariciarle de nuevo. Casi lo hacía como si de un gato se tratara: un poco la cabeza, bajo el pico de manera que levantaba la cabeza para que le acariciase mejor, y otro rato, breve, en el lomo. Y si, como un gato, le rascaba durante demasiado rato, tomaba represalias y me llevaba un picotazo.

Llevaba un rato hablando desde que se aposentó en mi pelo cuando de nuevo bajó de un salto hasta ponerse delante de mí, mirándome. Durante el rato que permaneció sobre mi cabeza, le había notado inquieto, nervioso. Me dio la impresión de que se había decidido a mostrarme la anilla. La anilla... al verlo, solté un grito

-¡Eso no es una anilla! -J se sobresaltó y se alejó por el césped hasta resguardarse al otro lado de la lápida. Incorporándome a medias, comencé a increparle, soltando espumarajos por la boca que no citaré aquí- ¿Se puede saber de donde has sacado eso? ¿Sabes, acaso, de quién es?

Sólo entonces dio un salto, envalentonado, desde su escondrijo hasta la parte superior de la lápida y suave pero firmemente, dio dos picotazos en las metálicas letras de ésta. De manera explicita, además, En la primera J. A continuación, se bajó de nuevo a la hierba y continuó mirándome. Parecía decidido.

- Sé que los cuervos sois listos, y siempre pensé que me entendías -la reacción de J me había dejado en un ligero estado de shock, y no sabía siquiera qué pensar- pero lo que creo que me quieres dar a entender... ¿Porqué lo tienes tú? ¿Ni que supieras siquiera dónde...?

Antes de que terminara la frase, se alejó dando saltos hasta el camino de tierra que pasaba por la parcela de tumbas donde se encontraba la de mi abuelo. Después, picoteó suavemente la tierra, como llamándome. Sin apenas creérmelo, me terminé de incorporar y me acerqué hasta donde se encontraba el cuervo. Apenas habían sido tres o cuatro pasos, pero mientras me acercaba había comenzado a dibujar con el pico en la arena del camino, y cuando llegué el dibujo tenia una apariencia similar a un cubo, una caja.

- ¿Qué se supone que estas intentando hacer? -no se si por enfado, miedo, o qué, empezaba a perder la paciencia. J me graznó, y picoteó de nuevo el suelo. La punta de su pico aparecía gris del polvo del camino- ¿Una caja? No te entiendo.

El cuervo, con un graznido tan bajo que casi pareció que suspirase, posó lentamente la pata en el dibujo de la caja. Lo que tenía en la pata no era una anilla de ornitólogo, era un anillo. Específicamente, el anillo que mi abuelo había llevado toda su vida, al menos mientras yo le conocí, en el pulgar. Más de una vez le había oído decir que se lo llevaría a la tumba, y sólo se lo quitaba por las noches, antes de dormir y lo depositaba en una pequeña caja que siempre estaba en su mesilla. Esta había sido un regalo de mi abuela, su mujer, según me contó, en uno de sus primeros aniversarios. Y allí también guardaba el anillo de casada que le había pertenecido a ella. Sí no se lo llevo finalmente a la tumba, fue porque él se fue mientras dormía, sin darle tiempo a despedirse de nadie, sin darle tiempo a despedirse de mí. No tuve fuerzas para abrir siquiera la caja para entregar el anillo a los de la funeraria. En el fondo quería dejarlo ahí, con la estúpida esperanza de que él volviera algún día a reclamarlo.

Tan sólo había abierto la caja una vez, precisamente la semana pasada, y como vi que se estaba empezando a afear lo limpié lo mejor que pude con el limpiador que siempre utilizaba él. Aunque estuviese guardado, quería tenerlo como siempre él lo tenia, reluciente y brillante. Y ahora... ahí estaba, brillando en su pata. No se si es cierto que los cuervos se sientan atraídos por las cosas brillantes y se las lleven a sus nidos, pero ésta en concreto ni siquiera estaba a la vista. Mi vista iba del dibujo de la caja a J. Intenté reaccionar.

-Él siempre dejaba el anillo en su caja, junto al de la abuela. Y no le gustó a nadie, aunque también el anillo fuera un regalo de la abuela -J me graznó de nuevo, un poco más fuerte esta vez, como asintiendo. A continuación hizo algo que me dejó en un estado más allá de la confusión. Sin previo aviso levantó el vuelo y, tras un quiebro, se chocó contra mi brazo. No me clavó el pico, si no que impactó contra mi brazo con la cabeza, cayendo de nuevo al suelo agitando las alas. La sensación fue inequívoca, las señales estaban ahí, y por loco que pareciera, tenía que preguntar. Suficientemente loco parecía ya hablando en un cementerio con un cuervo, la verdad, pero... Era la única explicación, realmente.

-¿Abuelo? -J, quiero decir, el abuelo, volvió a graznar, más alto, más fuerte, y durante más tiempo. Parecía abroncarme por haber tardado tanto en darme cuenta. Pero era él. El de siempre. Gruñon, malhablado, pero el que siempre me escuchaba y era paciente conmigo, y aunque nunca lo admitiría ante la familia, cariñoso.

Al final sí había vuelto a reclamar su anillo. Y también cumplió su promesa de que siempre estaría a mi lado para verme crecer.

- Me parece a mí que te llevaré a casa. No voy a dejar que vivas en la calle, pero ¿qué le voy a decir a mamá? -anticipandose, el J graznó suavemente, como riéndose- "Oye, mamá, el abuelo es ahora un cuervo y quiero que viva con nosotros".


- ♦ -

Y aquí termina. La verdad, al publicar la entrada anterior, "El pergamino", ví que tenia esta en borrador, y enrojecí hasta las raices del pelo. Con el, digamos periodo vacacional, que no abandono, había olvidado completamente que tenía esta entrada aun a medias. Qué cabeza la mía.

Canción del día: Masterplan - Into the light.
PD: sí, dado que empecé la otra entrada antes de las 00:00 y esta después, cada una lleva su canción del día. 
*Sonríe maliciosamente. Qué narices, me apetecía poner otra canción. 

Prometo inundar más a menudo de mis tonterías con (aunque normalmente sin) sentido.

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