jueves, 11 de diciembre de 2014

Eric - La esquirla (I)


-¿Es ésto todo lo que queda? -Preguntó Eric. En su mano, una larga esquirla roja lanzaba apagados destellos a la luz del hogar. 
- Quizá sea tan sólo un pequeño fragmento -contestó el cazarrecompensas- pero si hubiese sentido lo que yo, vería cuan grande es lo que conseguí recuperar.
- Supongo que querrás tu dinero -dijo Eric, llevando una mano a su faltriquera.
- Por supuesto -dijo su interlocutor, tras un enigmático momento de silencio. Sus ojos expresaban una pesadumbre que le resultaba conmovedora a Eric en alguien tan duro- Aunque le debería pedir el triple, como mínimo.
- ¿Mis disculpas? -la mano de Eric quedó paralizada. Esperaba no tener que recurrir al acero, en vez de al oro.
- Olvídelo -suspiró de nuevo el mercenario- sólo me alegro de quitármelo de encima. Desde que lo obtuve mi corazón pesa. Ni sé de dónde viene ni quiero saberlo. 
- Bien -dijo Eric, asintiendo. Acto seguido le lanzó una pequeña pero abultada bolsa de oro, que su interlocutor cogió al vuelo- Es más de lo que mucha gente podría soportar, pero me es necesario.

El cazarrecompensas salió, presuroso, de la habitación antes de que Eric terminase de hablar. No parecía que quisiera su recompensa por encima de todo, más bien daba la impresión de querer huir, alejarse del oscuro fragmento que había entregado a Eric tan pronto como llegó a su torre. Apenas hubieron pasado unos instantes desde la partida de éste, cuando Eric empezó a notar lo que el mercenario le describió. Sus ojos volvieron a contemplar la esquirla carmesí, captando todos los matices del pesar al que se había referido el mercenario. El oro le irá bien para aliviar ese pesar de su corazón, pensó, aunque espero que el vino no le suelte la lengua sobre lo que vio, o acabaríamos metidos en problemas, ambos.

A primera vista, parecía una esquirla de cristal sin mayor valor, de un rojo oscuro como la sangre, de bordes afilados y bellos destellos rojizos que más que un reflejo de la luz de la habitación, daba la impresión de que viniesen de dentro del mismo fragmento. Ningún tallador de gemas daría un cobre por ella. Como objeto material, no sería visto más que como un desecho, como algo que estaría mejor en el fondo de un río, o incluso molido, reducido a polvo. De hecho, más de uno pagaría por quitárselo de encima, por deshacerse de esta fea esquirla que no produce más que pesar, angustia y dolor de corazón. 

Muy pocos saben que, en realidad, se trata de la esquirla de un corazón. Un corazón que ha conocido el amor. Un corazón que ha amado desde lo mas profundo, con toda el alma, y a pesar de todo. Pero las cosas no siempre salen bien, y el corazón que más ama es aquel que más dolor sufre cuando se rompe. Y ésta no es una esquirla de un corazón corriente. Las leyendas cuentan (Siempre hay leyendas, piensa Eric, poniendo los ojos en blanco) como un fragmento del corazón de un hada es el componente más importante de las pociones de amor; o cómo el poder de una astilla del corazón de una sílfide podría alargar la vida indefinidamente. Otras cuentan como tan sólo una pizca del corazón de una náyade puede conducir a la locura.

- Bobadas -dijo Eric para sí mismo, haciendo oscilar sus canos cabellos al negar con la cabeza. Haciendo un esfuerzo, dejó la esquirla escarlata de nuevo en el paño en el que el cazarrecompensas la traía, sintiendo inmediatamente un ligero alivio en su interior- toda esa gente creyendo en leyendas fantasiosas pero ¿quién ha capturado una náyade, eh? ¿quién ha sido capaz de obtener un fragmento de corazón de sílfide para probar estas cosas? Tú siempre tan lista, a pesar de todo.

Riendo por lo bajo, Eric se retiró hacia sus habitaciones. Había sido un día duro, y mañana lo sería más aun. El fuego del hogar continuó sacando destellos del sanguino fragmento durante un tiempo tras la partida de Eric. Una vez extinguido, si hubiera estado ahí, hubiera podido ver como la esquirla relumbraba con luz propia por última vez.

Al día siguiente, y para su sorpresa, Eric encontró a Ilena, su vieja ama de llaves, postrada en el asiento tras su escritorio, deshecha en lágrimas.

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Canción del día: Gotthard - Maybe
But baby youʼre not the thing that I wanna change
Por nada del mundo.

Menudas horas, la madre que me trajo, pero cuando la musa te susurra, has de hacer caso. ¿Sabéis esa sensación, cuando estas haciendo vaya-usted-a-saber-qué, y de repente, Zas, te viene una idea salvaje (¿silvestre?) a la cabeza? En momentos así, dejas de prestar atención momentáneamente a lo que estas haciendo y ponderas lo que se te acaba de ocurrir. Pues eso me pasó a mí hace ya un buen rato. Y la cogí por el hilillo qué me dejó entrever y tiré suavemente y despacito, y de ahí salió otra idea entrelazada. Creo que sé donde voy con este relato (¡y todo!)
¬¬
Espero, como siempre, que te guste, lector/a.

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